martes, 20 de septiembre de 2011

Tú publicas- SEVIGNÉ de Marta Balletbó Coll (por Eduardo Nabal)



“Cuán feliz era yo cuando era una  infeliz”                 
Madame de Sevigné

“Y mientras tenía lugar un corte de comunicación por aquí y otro por allá, una se había sumergido de lleno en su vida profesional, que la absorbía por completo, y la otra debía enfrentarse a un estado de emergencia en el cual –tras una situación de emergencia- llegaba precisamente la Administración, para echarle una manita. Ella pensaba a menudo, si no habría sido mejor  pedir dinero a la mafia…, si hubiese sabido dónde encontrarla”

                                                                                                         Hotel Kempiski” de Marta Balletbó-Coll y Ana Simón Cerezo

La costa catalana ha tenido algo de pionera en el bastante despoblado mar de las lesbianas españolas presentes en el celuloide. Y lo ha sido  gracias, en parte, al vigor, desparpajo, valentía y ternura de los trabajos de Marta Balletbó Coll, que se dio a conocer con el éxito, sobre todo crítico, de “Costa brava”, su primer largometraje, una comedia romántica llenada, sobre todo  por la personalidad de sus protagonistas y su narrativa poco convencional  . Su incursión en la literatura se ha saldado con la publicación de “Hotel Kempiski”, una novela agradable y menor pero impregnada del espíritu de sus autoras, la propia e inconmensurable  Marta y Ana Simón Cereza.

Definida un tanto a la ligera por los desconcertados comentaristas hispanos como la Woody Allen catalana,  Balletbó, formada en el extranjero, ha demostrado ser una realizadora intrépida con un universo fílmico propio, femenino y lesbiano, lleno de vida y de  un humor cáustico, pero también de pasión, dolor, sentimientos y hallazgos. Tras la buena acogida  de “Costa Brava” y el  absoluto batacazo de la fallida “Cariño, he enviado a los hombres a la luna…”, que contó con graves problemas de financiación y producción, se consolida como una autora con  “Sevigné (Júlia Berkowitz)”, una comedia dramática, a la vez humorística y dolorida,  sobre el mundo del teatro y  sobre los sentimientos y las pasiones adormecidas de una mujer.

“Sevigné” cuenta la historia  de un momento crucial en la vida de Júlia Berkowitz (Anna Azcona), antes actriz y  convertida ahora en prestigiosa directora teatral, cuya existencia personal y profesional toma un giro inesperado cuando, a instancias de una misteriosa desconocida que trabaja en la televisión, decide poner en escena una obra sobre Madame de Sevigné. Julia se encuentra dividida entre  su presuntuoso e inseguro marido y su amante Eduard Farelo,  joven y atractivo ayudante de dirección teatral (Ignacio Basauri), cuando conoce a esta misteriosa mujer que la corteja con un amor que,  a semejanza de  la relación entre Madame  de Sevigné y su hija, empieza a llenarse de connotaciones eróticas.

  Casada con Gerardo R. Valcárcel, un vanidoso y algo cínico crítico teatral (con reminiscencias del Addison deWitt al que daba vida George Sanders en esa obra maestra de las palabras que sigue siendo “Eva al denudo”), Julia ve cómo su vida se abre a nuevas sensaciones y sentimientos al conocer a Marina, camaleónica  realizadora y actriz, encarnada por la propia Balletbó, que se aproxima a ella de diferentes formas y a través de los más variopintos caminos. Los obstáculos que deben sortearse  en esta aproximación se  comparan con los senderos de aproximación ambigua pero obsesiva   de Madame de Sevigné a su hija, que  en su caso sortea la distancia  entre ambas a través de la literatura amorosa epistolar.

            Como en su primer largo, “Costa Brava”, el cine de esta realizadora transmite al mismo tiempo una gran necesidad de experimentación lingüística -comparada un tanto a la ligera con el “cine independiente estadounidense”-, y  una muy honda y también desenfadada apertura  al mundo interior de las mujeres y al modo en que  éstas encuentran un espacio que les pertenece (la “habitación propia” de Woolf) lejos del  universo masculino y sus  lugares de palabrería y silencio, un mundo que siempre quiere, y muchas veces logra, imponerse. Un mundo representado aquí por las gentes del Teatro Nacional y sobre todo por el marido y el joven amante de Julia, que comienzan a desconfiar de ella cuando se decide por un montaje intimista, en el que dos mujeres pueden quedarse  solas en el escenario del teatro y de la vida. Los celos de Gerardo son algo así como los celos de  aquellos los hombres de otra época de los que, por cierto, se mofaba en sus cartas Madame de Sevigné, mientras amaba, sin saberlo del todo, a su hija y las mujeres que la rodeaban.

            Julia está interesada en montar   la obra que Marina ha escrito sobre los aspectos secretos de la vida íntima  de  Madame de Sevigné y su relación (cargada de connotaciones “oscuras”) con  su hija, Madame de Guingán, una relación a la vez edípica y llena de ocultaciones  de cortesanas, como el mundo de misterios que se abre ante ella con la aparición de la parlanchina e incombustible Marina. La literatura de Madame de Sevigné no fue considerada  por la mayoría de los críticos de su época  como verdadera literatura, sino tan sólo como cartas privadas, al igual que el amor entre Marina y Ana no va a ser considerado como un “amor en toda regla” y la función que quieren montar juntas sobre la vida de esta célebre cortesana será vista como una empresa quimérica, descabellada o fuera de lugar. La joven directora se encontrará con la oposición abyecta  de su marido, un varonil crítico -al que da vida un divertido José Maria Pou- quien, llevado por los celos y el temor,  no duda en buscar las más viles artimañas para que esa obra, que es también una aproximación afectiva y amorosa de su mujer hacia Marina   no se lleve a efecto, poniendo   en un  principio excusas y finalmente serias trabas.  Pero  esas dos mujeres  han iniciado su propia función, han empezado a  revalorizar un lenguaje que las excluye y a  recorrer diferentes espacios de la geografía catalana que son también las chispas de una pasión irrefrenable.  Han empezado a desarrollar su relación  y exteriorizar  un amor íntimo que se salta  todos los obstáculos y que ahora se desarrolla en el campo, lejos del “Teatro Nacional de  Catalunya” y su feria de grandes y pequeñas vanidades, valores caducos, gentes pretenciosas  e intereses creados. Quieren sacar adelante un proyecto vital, creativo y escénico en desacuerdo con el ambiente teatral del momento, mundillo retratado con cierta ironía y crueldad en sus oscuros intereses económicos y de prestigio, sus rivalidades  y su varonil omnipresencia.

El filme bebe de la novela corta “Hotel Kempiski” -escrita en colaboración con Ana Simón Cerezo- pero encuentra una historia distinta, una atmósfera propia y sobre todo una clara maduración de su estilo narrativo en el campo del lenguaje cinematográfico, a través de la mezcla de formatos, géneros (melodrama  y comedia) y mundos de expresión artística que se superponen (el cine, la televisión, el teatro convencional, burgués y populista  frente al teatro moderno e intimista , la cámara de video)

            La película está narrada con una mezcla de vertiginosidad - saltos temporales,  planos congelados, fotografías hermosas de interiores y exteriores  y planos acelerados-  y una bella lentitud que enfrenta  la palabrería altisonante y pretenciosa  del mundo teatral à la mode  con la sensible aproximación entre dos mujeres aparentemente diferentes que encuentran en un proyecto de trabajo común el comienzo de una vida juntas, en la que  importan más las palabras sinceras y los silencios expresivos que los discursos altivos de críticos, jóvenes realizadores y mujeres que se limitan a ser comparsas . Balletbó, como en “Costa Brava”, cuenta la historia de amor como la exploración de una mirada de mujer y de  lesbiana  que, tanto en espacios abiertos como cerrados -y aquí se subraya la geométrica soledad de Julia  perdida en las grandes superficies-, no quiere ser cómplice  de situaciones competitivas ni de la crispada mirada masculina sobre las relaciones,  sean éstas humanas, sentimentales o  sexuales. Pero este descubrimiento resulta  para Julia un trayecto difícil desde el  ensimismamiento y las dudas íntimas – con sus cada vez más violentos choques con la gente de su entorno inmediato-  hasta el  enamoramiento y la pasión. Se da cuenta de que  descubrirse a sí misma, encarar el pasado y  descubrir a Marina tiene un alto  precio en el mundo del que ella forma parte como mujer y como  prestigiosa directora teatral.

Julia, frente a  un mar embravecido  semejante a  su mundo interior -al que  sacuden  la pasión y las dudas  como las olas sacuden   la costa catalana- , se obligará finalmente a tomar una decisión valiente sobre su propia existencia. Saldrá al escenario acompañada de la voz en off de Marina que reflexiona en un hermoso monólogo final sobre el amor entre mujeres, la madurez y la capacidad de mostrarse ante el  escenario de la vida. Sus palabras finales son “Te quiero Berkowitz”, palabras que el discurso final de Gerardo,  ya  fuera del teatro, no puede acallar.  Inmediatez y lejanía en la obra de una mujer que sabe ver a otras mujeres y que se atreve a descubrir que el mundo en el que eran felices era un mundo hecho de imágenes falsas.


Cuando acabo de escribir de esto recibo un mensaje de Marta que todavía se acuerda de mí y de nuestro furtivo encuentro en Burgos y me dice que ha dejado el cine y ahora es profesora de física y química. Da clases a los niños, y en las horas libres sigue las andanzas del inspector Maigret, leyendo a Simenon como yo leo a Patricia Highsmith. Y me gustaría ser mucho más joven para poder asistir a una de sus clases.



                                             Un texto de Eduardo Nabal.

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