Director: David Cronenberg
Guión: David
Cronenberg (Novela: Christopher Hampton)
En su último y, en gran medida decepcionante, filme David Cronenberg
ahuyenta gran parte de su universo visual a favor de una novela romántica sobre
el amor entre Carl Jung y Sabina Spielrein, en lo que pasa de ser una relación
médico-paciente a convertirse en una pasión ardorosa no sin
transitar por algunos personajes célebres del psicoanálisis de la época como el
doctor Freud (correcto Viggo Mortensen)- retratado de una forma un tanto
oblicua- o los círculos intelectuales donde se debatían las
revolucionarias teorías que el psicoanálisis había destapado sobre la sexualidad
como motor de la vida psíquica y las constricciones sociales.
Sin embargo, al contrario que en sus otros filmes más “psicológicos” o
incluso “psiquiátricos” como “Spider” o “Inseparables”, hay poco de la
atmosfera malsana, del suspense interno, de las mutaciones corporales y de “la
nueva carne” muy queridos por el autor canadiense que nos obsequia
esta vez con una historia tan exquisitamente rodada como carente de
autentica pasión. La emoción aflora a ratos, pero, si bien Fassbender borda su
personaje, Keira Knightley, vuelve a caer en el
histrionismo y la monotonía y su personaje no alcanza la entidad
suficiente como para competir con dos actores de fuste. Poca originalidad
ofrece, pues, “Un método peligroso”, más cerca de un biopic al uso –con
alguna propuesta verbal atrevida- que de uno de esos monstruos de creatividad
visual apabullante del director de la viscosa “ExinteZ”. Cerebral y discursivo
hasta la extenuación, el filme se acerca solo verbalmente al
universo de su director al hablar de la conexión entre el sexo y la muerte como
ya hizo en “Crash” o “M. Butterfly” pero la producción se decanta más por
la convección sin perturbar nunca al espectador más de lo necesario. Podríamos
rescatar de este, en parte, fallido y algo manierista “Un método peligroso” la
ambigüedad moral de sus tres protagonistas y la historia de amor acompañada de
los acordes de Howard Shore y Richard Wagner ya que la puesta en escena es
demasiado límpida para una historia tan llena de sombras. Parece como si
Cronenberg se hubiera rendido ante el sabroso guión del dramaturgo
Christopher Hampton aparcando su propio cosmos de dioses y monstruos. Y,
al plegarse a algunas de las formas del cine británico de qualité, a
pesar del inflamable material que maneja y de su atención desmedida a la
duración de los planos y la expresión de los rostros, su historia pierde
fuste y el resultado final se acerca a una claudicación por parte del otrora temido
director.
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