“Cuán feliz era yo cuando era una infeliz”
Madame de Sevigné
“Y mientras tenía lugar un corte de comunicación por aquí y otro por allá,
una se había sumergido de lleno en su vida profesional, que la absorbía por
completo, y la otra debía enfrentarse a un estado de emergencia en el cual
–tras una situación de emergencia- llegaba precisamente la Administración, para
echarle una manita. Ella pensaba a menudo, si no habría sido mejor pedir
dinero a la mafia…, si hubiese sabido dónde encontrarla”
“Hotel Kempiski” de Marta
Balletbó-Coll y Ana Simón Cerezo
La costa catalana ha tenido algo de
pionera en el bastante despoblado mar de las lesbianas españolas presentes en
el celuloide. Y lo ha sido gracias, en parte, al vigor, desparpajo,
valentía y ternura de los trabajos de Marta Balletbó Coll, que se dio a conocer
con el éxito, sobre todo crítico, de “Costa brava”, su primer
largometraje, una comedia romántica llenada, sobre todo por la
personalidad de sus protagonistas y su narrativa poco convencional . Su
incursión en la literatura se ha saldado con la publicación de “Hotel
Kempiski”, una novela agradable y menor pero impregnada del espíritu de sus
autoras, la propia e inconmensurable Marta y Ana Simón Cereza.
Definida un tanto a la ligera por los
desconcertados comentaristas hispanos como la Woody Allen catalana,
Balletbó, formada en el extranjero, ha demostrado ser una realizadora
intrépida con un universo fílmico propio, femenino y lesbiano, lleno de vida y
de un humor cáustico, pero también de pasión, dolor, sentimientos y
hallazgos. Tras la buena acogida de “Costa Brava” y el
absoluto batacazo de la fallida “Cariño, he enviado a los hombres a la
luna…”, que contó con graves problemas de financiación y producción, se
consolida como una autora con “Sevigné (Júlia Berkowitz)”, una
comedia dramática, a la vez humorística y dolorida, sobre el mundo del
teatro y sobre los sentimientos y las pasiones adormecidas de una mujer.
“Sevigné” cuenta la historia de un momento crucial en la
vida de Júlia Berkowitz (Anna Azcona), antes actriz y convertida ahora en
prestigiosa directora teatral, cuya existencia personal y profesional toma un
giro inesperado cuando, a instancias de una misteriosa desconocida que trabaja
en la televisión, decide poner en escena una obra sobre Madame de Sevigné.
Julia se encuentra dividida entre su presuntuoso e inseguro marido y su
amante Eduard Farelo, joven y atractivo ayudante de dirección teatral
(Ignacio Basauri), cuando conoce a esta misteriosa mujer que la corteja con un
amor que, a semejanza de la relación entre Madame de Sevigné
y su hija, empieza a llenarse de connotaciones eróticas.
Casada con Gerardo R. Valcárcel, un vanidoso y algo cínico
crítico teatral (con reminiscencias del Addison deWitt al que daba vida George
Sanders en esa obra maestra de las palabras que sigue siendo “Eva al denudo”),
Julia ve cómo su vida se abre a nuevas sensaciones y sentimientos al conocer a
Marina, camaleónica realizadora y actriz, encarnada por la propia
Balletbó, que se aproxima a ella de diferentes formas y a través de los más
variopintos caminos. Los obstáculos que deben sortearse en esta
aproximación se comparan con los senderos de aproximación ambigua pero
obsesiva de Madame de Sevigné a su hija, que en su caso
sortea la distancia entre ambas a través de la literatura amorosa epistolar.
Como en su primer largo, “Costa
Brava”, el cine de esta realizadora transmite al mismo tiempo una gran
necesidad de experimentación lingüística -comparada un tanto a la ligera con el
“cine independiente estadounidense”-, y una muy honda y también desenfadada
apertura al mundo interior de las mujeres y al modo en que éstas
encuentran un espacio que les pertenece (la “habitación propia” de
Woolf) lejos del universo masculino y sus lugares de palabrería y
silencio, un mundo que siempre quiere, y muchas veces logra, imponerse. Un
mundo representado aquí por las gentes del Teatro Nacional y sobre todo por el
marido y el joven amante de Julia, que comienzan a desconfiar de ella cuando se
decide por un montaje intimista, en el que dos mujeres pueden quedarse
solas en el escenario del teatro y de la vida. Los celos de Gerardo son
algo así como los celos de aquellos los hombres de otra época de los que,
por cierto, se mofaba en sus cartas Madame de Sevigné, mientras amaba, sin
saberlo del todo, a su hija y las mujeres que la rodeaban.
Julia está interesada en
montar la obra que Marina ha escrito sobre los aspectos secretos de
la vida íntima de Madame de Sevigné y su relación (cargada de
connotaciones “oscuras”) con su hija, Madame de Guingán, una relación a
la vez edípica y llena de ocultaciones de cortesanas, como el mundo de
misterios que se abre ante ella con la aparición de la parlanchina e
incombustible Marina. La literatura de Madame de Sevigné no fue considerada
por la mayoría de los críticos de su época como verdadera
literatura, sino tan sólo como cartas privadas, al igual que el amor entre
Marina y Ana no va a ser considerado como un “amor en toda regla” y la
función que quieren montar juntas sobre la vida de esta célebre cortesana será vista
como una empresa quimérica, descabellada o fuera de lugar. La joven
directora se encontrará con la oposición abyecta de su marido, un varonil
crítico -al que da vida un divertido José Maria Pou- quien, llevado por los
celos y el temor, no duda en buscar las más viles artimañas para que esa
obra, que es también una aproximación afectiva y amorosa de su mujer hacia
Marina no se lleve a efecto, poniendo en un
principio excusas y finalmente serias trabas. Pero esas dos
mujeres han iniciado su propia función, han empezado a revalorizar
un lenguaje que las excluye y a recorrer diferentes espacios de la
geografía catalana que son también las chispas de una pasión irrefrenable.
Han empezado a desarrollar su relación y exteriorizar un amor
íntimo que se salta todos los obstáculos y que ahora se desarrolla en el
campo, lejos del “Teatro Nacional de Catalunya” y su feria de grandes y
pequeñas vanidades, valores caducos, gentes pretenciosas e intereses
creados. Quieren sacar adelante un proyecto vital, creativo y escénico en
desacuerdo con el ambiente teatral del momento, mundillo retratado con cierta
ironía y crueldad en sus oscuros intereses económicos y de prestigio, sus
rivalidades y su varonil omnipresencia.
El filme bebe de la novela corta “Hotel
Kempiski” -escrita en colaboración con Ana Simón Cerezo- pero encuentra una
historia distinta, una atmósfera propia y sobre todo una clara maduración de su
estilo narrativo en el campo del lenguaje cinematográfico, a través de la
mezcla de formatos, géneros (melodrama y comedia) y mundos de expresión
artística que se superponen (el cine, la televisión, el teatro convencional,
burgués y populista frente al teatro moderno e intimista , la cámara de
video)
La película está narrada
con una mezcla de vertiginosidad - saltos temporales, planos congelados,
fotografías hermosas de interiores y exteriores y planos acelerados-
y una bella lentitud que enfrenta la palabrería altisonante y
pretenciosa del mundo teatral à la mode con la sensible
aproximación entre dos mujeres aparentemente diferentes que encuentran en un
proyecto de trabajo común el comienzo de una vida juntas, en la que
importan más las palabras sinceras y los silencios expresivos que los
discursos altivos de críticos, jóvenes realizadores y mujeres que se limitan a
ser comparsas . Balletbó, como en “Costa Brava”, cuenta la historia de
amor como la exploración de una mirada de mujer y de lesbiana que,
tanto en espacios abiertos como cerrados -y aquí se subraya la geométrica
soledad de Julia perdida en las grandes superficies-, no quiere
ser cómplice de situaciones competitivas ni de la crispada mirada
masculina sobre las relaciones, sean éstas humanas, sentimentales o
sexuales. Pero este descubrimiento resulta para Julia un trayecto difícil
desde el ensimismamiento y las dudas íntimas – con sus cada vez más
violentos choques con la gente de su entorno inmediato- hasta el
enamoramiento y la pasión. Se da cuenta de que descubrirse a sí
misma, encarar el pasado y descubrir a Marina tiene un alto precio
en el mundo del que ella forma parte como mujer y como prestigiosa
directora teatral.
Julia, frente a un mar embravecido
semejante a su mundo interior -al que sacuden la pasión
y las dudas como las olas sacuden la costa catalana- ,
se obligará finalmente a tomar una decisión valiente sobre su propia
existencia. Saldrá al escenario acompañada de la voz en off de Marina que
reflexiona en un hermoso monólogo final sobre el amor entre mujeres, la madurez
y la capacidad de mostrarse ante el escenario de la vida. Sus palabras
finales son “Te quiero Berkowitz”, palabras que el discurso final de
Gerardo, ya fuera del teatro, no puede acallar. Inmediatez y
lejanía en la obra de una mujer que sabe ver a otras mujeres y que se atreve a
descubrir que el mundo en el que eran felices era un mundo hecho de imágenes
falsas.
Cuando acabo de escribir de esto recibo un
mensaje de Marta que todavía se acuerda de mí y de nuestro furtivo encuentro en
Burgos y me dice que ha dejado el cine y ahora es profesora de física y
química. Da clases a los niños, y en las horas libres sigue las andanzas del
inspector Maigret, leyendo a Simenon como yo leo a Patricia Highsmith. Y me
gustaría ser mucho más joven para poder asistir a una de sus clases.
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