viernes, 16 de septiembre de 2011

Tú publicas- Un corto de Ozon recuperado (Eduardo Nabal)



REGARDE LA MER


Regarde la mer” de François Ozon  comienza de un modo paralelo a “Une robe de été”, pero  la naturaleza bien diferenciada de sus personajes impone  un cambio en el   estilo , las tonalidades estéticas  y el  ritmo mucho más pausado, y a la vez crispado, de este otro filme. Una mujer se levanta, da el  biberón a su bebé, trata infructuosamente  de hablar con  su marido  -cuya ausencia marca drásticamente   el filme- y se va a la playa en bici acompañada de su criatura. El desplazamiento del personaje puede considerarse similar, pero aquí el tono es pausado y melancólico, el ensimismamiento de la protagonista nos avanza la clausura anímica de otras mujeres presentes en su cine posterior (como la Charlotte Rampling de “Swiming pool”). La playa, el rumor del viento en los árboles, el rostro de la protagonista al sol, recibiendo una luz que a la vez la despierta y la ciega (algo que reencontraremos con mayor elegancia visual en “Bajo la arena” y “El tiempo que queda”), el rugido de  las olas del mar, la arena son de nuevo el leit-motiv de un relato silencioso e inquietante; pero aquí los colores como la música lánguida dan un sabor otoñal y siniestro a las imágenes.  

Una joven campista irrumpe en las inmediaciones de la casa mientras la protagonista baña a su bebé en la bañera y le pide permiso para instalarse en una parcela del campo que rodea  su hogar; pero la joven es hermética y silenciosa. Ozon se acerca más que nunca a Bergman y sus mujeres, silenciosas y a la vez ruidosas. El sonido realista de los objetos, del agua, del llanto del bebé están ya presentes, con un  tono más marcado que en otros trabajos breves de Ozon, más estilizados. El color rojo es de nuevo empleado con una clara connotación emocional, ya que tras la calma casi parsimoniosa se ocultan algunas corrientes emotivas que van a aflorar en la narración. Aunque la comunicación entre ambas parece difícil. Ozon dota a su primer encuentro dentro de la casa -la cena- de una rara fisicidad haciendo que la  peculiar inquilina (ocupa)  lama el plato de un modo ostentoso   para mostrarnos luego a la protagonista, frente al espejo, lavándose los dientes. Más tarde, en la nocturna intimidad de su cuarto, se masturba con/contra un mueble (¿pensando en la visitante?). A la mañana siguiente exhibe, abriendo las persianas, su radiante desnudez y se pone un vestido rojo, como roja es la tienda de campaña de la visitante, ubicada en su jardín, que brillaba en la oscuridad de la noche o el sombrero que luce, a la luz del sol, su bebé… Todo el filme está presidido, en su primera parte, por largos silencios y por sonidos de lo cotidiano que, sin embargo, adquieren una turbadora resonancia y un oscuro presagio. La relación de las mujeres con los objetos y las superficies o con su propia fisicidad está presidida por la calma en el caso de la protagonista y por un cierto gusto por  lo repugnante en el caso de su cada vez  más  misteriosa inquilina. Sus planos en  el cuarto de baño forman parte de la antología ozoniana de lo bizarre y anticipan, en un tono más descuidado, la hermosa secuencia del baño de Franz (Malik Zidi) en “Gouttes…”, con monólogo teatral fassbinderiano incluido, en la que el realizador nos muestra en primerísimos planos cómo el joven, con inquietante solemnidad,  se quita meticulosamente  las espinillas de la piel y se corta las uñas -fragmentando su cuerpo en primerísimos planos y planos detalle- pero, mientras en aquel caso  se pretendía transmitir inocencia,  hay  en éste un punto de atavismo y progresivo aislamiento.

         Como en “Une robe d´été”,  el bosque frondoso, lindante con el mar y la arena, se erige en espacio del encuentro sexual más inesperado, en este caso  el de la protagonista con un hombre al que poco antes hemos visto mantener una relación furtiva con otro chico en el mismo lugar. La sexualidad en Ozon se une una vez más a elementos tomados del paisaje y la dimensión anímica de los escenarios. Podemos ver mayor proximidad física entre las protagonistas, aunque por sus diálogos y sus silencios percibamos una inquietante distancia entre ambas. No obstante, con su terrorífica conclusión, que algunos considerarán gratuita, el filme acaba situándose más cerca del Ozon cruel y perverso de “Le petit mort”, “Regarde la mer”, “Sitcom”  o  “Les amants criminels” que del lúdico y  travieso pero más apacible de “Une rose entre nous” o  “Une  robe d´été”.




                                             Un texto de Eduardo Nabal.

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